sábado, 30 de mayo de 2009

TESTIMONIOS


Khadi Diallo, militante de la Asociación GAMS (Grupo de Mujeres para la Abolición de las Mutilaciones Sexuales).Nunca me olvidaré de ese día. Fue en 1966. Yo tenía 12 años y mi hermana diez. Como todos los veranos, estábamos en casa de nuestros abuelos paternos, en una aldea a quince kilómetros de Bamako. Una mañana temprano fuimos a ver a mi tía, la hermana de mi padre, a quien siempre queríamos visitar, pues nos consentía mucho.Yo no sospechaba nada. Mi tía me llevó al baño y ella y varias mujeres más se abalanzaron sobre mí, me agarraron, me tumbaron y me separaron las piernas. Yo gritaba. No vi el cuchillo, pero sentí que me estaban cortando. Había mucha sangre. Lloré, pero me decían “no hay que llorar, es una vergüenza cuando una llora, ahora eres una mujer, lo que te hemos hecho no es nada. Empezaron a dar palmas y me vistieron con un paño blanco. No me pusieron ninguna venda, sólo algo que habían preparado con aceite de karité y hojas. Salí. Le tocaba a mi hermana menor. La oí llorar y pedirme auxilio y eso me hizo sufrir aún más. Nos habían traicionado. Vivíamos en Senegal, donde mi padre era funcionario. Mi padres eran personas ilustradas, y estaban contra la excisión. Pero en esa época era una práctica frecuente en el campo y en la ciudad. Se practicaba la excisión a niñas menores que nosotras, y la ocasión se celebraba con una gran fiesta. Permanecimos casi tres semanas en casa de mi tía. Como no podíamos levantarnos solas, nos ayudaba una señora, pero era tanto el dolor que evitábamos ir al servicio. Nuestra madre venía a vernos; la primera vez lloró y nos besó, pero no podía hacer nada. En África, la familia paterna tiene derecho de vida o muerte sobre el niño.Durante ese periodo, nos inculcaban ciertas nociones. Nos contaban que una mujer ha de ser robusta, sufrida, reservada y no muy habladora. El sexo era tabú.

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Un rito falsoMe embargaba un sentimiento de odio y de rabia. No había sido educada con esa mentalidad. Pero me resigné, pese al dolor. Me casé a los 22 años. Nunca pude decir que me faltaba algo en mi cuerpo, porque no se admitía que una mujer expresara su deseo de placer. Sólo podía hablar con mis amigas más íntimas del asunto, de que no es una herida, sino una verdadera mutilación. Una herida se cura, pero con la mutilación se pierde algo para siempre. Cuando tuve hijas, le dije a mi marido que no quería que sufrieran la misma suerte. Estuvo de acuerdo. Las protegí y nunca fueron a África mientras eran pequeñas.La excisión no es un rito sagrado ni religioso. En lengua bambara se emplea la expresión “tomar el paño”, que significa hacerse mujer. Antes de la excisión, una niña es inocente, puede mostrarse con el busto desnudo e incluso sin nada que le oculte el sexo. Pero desde el momento de la excisión, hay que cubrirse el cuerpo. La persona que somete a su hija a esa operación lo hace porque así ha sido por generaciones, y por temor a la mala suerte que supuestamente trae no practicarla. Siempre se les ha dicho “cuando tengas una hija, hay que hacerle la excisión para que sea una mujer perfecta.” Pero el Islam nunca ha ordenado la excisión de las niñas. Es el hombre el que lo ha interpretado así, a su favor, para controlar la sexualidad de la mujer. Se han descubierto momias así mutiladas que datan de antes de la aparición del Islam.Las mujeres africanas vienen denunciando esta práctica desde 1924, aunque en esa época se las trataba de locas. Nosotras hemos tenido la suerte de contar el apoyo de las europeas y de los medios de comunicación para hacer oír nuestra voz. Cuando llegué a Francia, empecé militando en varias asociaciones, entre otras el GAMS*. Hoy, nos llaman de clínicas y maternidades para que expliquemos a las madres que la excisión está prohibida. Hacemos una labor de prevención en las escuelas y con los trabajadores sociales. También visitamos a las familias individualmente. Para las niñas nacidas en Francia y mutiladas a los pocos días es psicológicamente más difícil. Las que ahora tienen 18 o 20 años tendrán o han tenido problemas en el momento de sus primeras relaciones sexuales. Y todas las que sufran ahora la excisión, que estarán en edad de casarse hacia 2020, serán rechazadas por los varones. Conocí el caso de una muchacha que tuvo que dejar el barrio donde vivía porque era objeto de burlas.Nos oponemos a la excisión en todas sus formas, incluso aunque se practique en un hospital y con anestesia. No luchamos contra el dolor del momento de la operación, sino contra la mutilación de nuestro cuerpo.

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“Tenía 10 años cuando mi abuela me dijo que me llevaba al río para realizar una ceremonia de iniciación. Insistió en que cuando terminara me darían muy bien de comer. Yo era muy pequeña y no tenía ni idea de lo que iba a pasarme. Cuando llegué a aquel lugar escondido entre unos matorrales, junto al río, fui desvestida. Me taparon los ojos y me quitaron la ropa completamente: fui obligada a tumbarme. Cuatro mujeres sujetaban mis extremidades, mientras otra se sentaba en mi pecho para evitar que me moviera. Me colocaron un trozo de tela en la boca, y entonces…me cortaron. El dolor era insoportable. Como me resistía e intentaba levantarme, perdí mucha sangre. Por supuesto, no me dieron ningún tipo de anestesia ni calmante para el dolor. La operación me produjo una hemorragia que me provocó una fuerte anemia. Durante mucho tiempo, cada vez que orinaba me dolía. A veces trataba de aguantar las ganas, por el miedo que me producía el dolor. Sufrí también infecciones vaginales. El corte me lo hicieron con una simple navaja”. (Hannah Koroma)

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“Me dijeron que tenía que ser fuerte y no llorar si quería mantener el honor de mi familia. Después me vendaron los ojos y me inmovilizaron. Con dos gruesas cuerdas ataron mis rodillas, me abrieron las piernas e hicieron lo que quisieron: cortaron, cosieron … El dolor era tan insoportable que no pude evitar emitir alaridos ensordecedores”. (Hawa Aden Du‘ale, mutilada a los 8 años de edad).

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